A ti, Señor, elevo mi clamor desde las profundidades del abismo. Escucha, Señor, mi voz. Estén atentos tus oídos a mi voz suplicante. Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados,¿quién, Señor, sería declarado inocente? Pero en ti se halla perdón, y por eso debes ser temido. Espero al Señor, lo espero con toda el alma; en su palabra he puesto mi esperanza. Espero al Señor con toda el alma, más que los centinelas la mañana. Como esperan los centinelas la mañana, así tú, Israel, espera al Señor. Porque en él hay amor inagotable; en él hay plena redención. Él mismo redimirá a Israel de todos sus pecados. Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu.
El salmo 130 es el arrebato de un espíritu afligido: "Desde el fondo del abismo".
Evidentemente el salmista se halla en grave dificultad, pero no sabemos exactamente qué tipo de dificultad padece. Probablemente su vida está amenazada y le ataca el enemigo, o está pasando por una crisis espiritual interna. Cualesquiera que sean las circunstancias, hay algo muy claro: el salmista no se deja vencer por la aflicción que le rodea, sino que persiste en su fe y esperanza en Dios.
En su alma el espíritu de esperanza es mucho mayor que el espíritu de desesperación. Para él, las aflicciones no son ocasión de murmurar y protestar contra Dios; sino de mirar al cielo y pedir a Dios que intervenga. No centra su atención en las dificultades que se interponen en su camino, sino en Dios que puede eliminar todo tipo de dificultades. Tiene un espíritu creyente. Ora, y confía en que la gracia liberadora de Dios atenderá su oración.
Cuando piensa en sus pecados, le invade el temor de que el Señor los tenga en cuenta. "Si tú, O Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor, sería considerado inocente?" (v.3). Sabe que si Dios le exige cuentas de sus pecados, no habrá esperanza para él. Pero confía en que Dios no lo haga, porque Dios es un Dios que da la espalda a nuestros pecados (Is. 38:17). El salmista tiene la seguridad de que a Dios no le importan sus pecados, sino él. Sabe que Dios no tiene en cuenta sus trasgresiones y maldades, sino que se preocupa totalmente de él.
El salmista se describe a sí mismo como quien necesita el perdón, la misericordia y la redención, y a Dios, como quien pone en práctica todo ello (vv.4,7). El salmista pide a Dios perdón, lo que demuestra que está realmente convencido de sus propios pecados. Esto le induce a clamar a Dios "desde las profundidades"; desde las profundidades de la desconfianza, de la desobediencia, de las trasgresiones. Nadie puede clamar "desde las profundidades", a menos que sienta el poder destructivo del pecado dentro de su propia persona.
Los versículos 5 y 6 muestran que el autor tiene una fe absoluta en el perdón de Dios: "Espero al Señor, lo espero con toda el alma, en su palabra he puesto mi esperanza; espero al Señor con toda el alma más que los centinelas la mañana". El salmista esperaba y recibía las bendiciones de Dios. Quien no sabe cómo esperar no recibe las bendiciones de Dios. "En la palabra de Dios pongo mi esperanza". La palabra de Dios es la esperanza de los desesperados. En la palabra de Dios hay un poder liberador, una fuerza vivificadora. "Señor, ¿a quién iremos? Tú sólo tienes palabras de vida eterna" (Juan 6:68). Poner nuestra esperanza en la palabra de Dios significa resurgir de las "profundidades". Nunca hubo nadie que haya esperado y, después, se haya quedado en las "profundidades". Dios es un Dios que restaura.
Los versículos 7 y 8 nos dicen que el salmista consiguió lo que pedía. Ha salido ya de las profundidades en las que se encontraba al principio y puede alentar y exhortar al pueblo de Israel a poner su esperanza en el Señor. Da testimonio de que en el Señor "hay un amor inagotable y en él plena redención". No exhortaría a los demás a poner su esperanza en el Señor si él mismo hubiera sido defraudado. No le cabe la menor duda de que Dios que le redimió a él redimirá también a los israelitas. Sabe con certeza que el Señor no defrauda a su pueblo, lo mismo que Dios no le defraudó a él personalmente.
El versículo 8 no habla de la liberación del pueblo de Israel, sino de su redención. La redención exige sacrificio. El Hijo de Dios se hizo ese sacrificio. Por medio de su muerte sacrificial no sólo los israelitas, sino el mundo entero, quedaron liberados de la muerte eterna.
El salmista da testimonio de que Dios no sólo lo ha redimido a él de sus pecados, no sólo ha suprimido su castigo, sino también le ha concedido paz, alegría y una vida nueva. Este gozo interno es el resultado del perdón. Nadie puede tener en su interior este gozo y alegría si no ha recibido el perdón.
"Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria de Dios, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu del Señor" (2 Cor. 3:18). En el versículo 16, el apóstol Pablo habla de la importancia vital de volverse a Cristo para que se le quite el velo. En el versículo 17 habla de la libertad real que es el resultado de recibir el Espíritu Santo. Nadie puede recibir el Espíritu Santo si no se vuelve a Cristo. El volvernos a Cristo y el recibir el Espíritu Santo nos capacitan para reflejar la gloria del Señor. Reflejar la gloria del Señor significa pasar por una transfiguración espiritual gradual. No puede haber ninguna transfiguración espiritual sin el poder transformador del Espíritu Santo. El Espíritu de Cristo nos ayuda a crecer en la gloria de Cristo. El Espíritu Santo es quien restaura en nosotros la imagen y la semejanza de Cristo.
Pablo conoce por experiencia propia que el velo se quitará de la vida de quienes se hacen cristianos, los cuales avanzan "con más y más gloria" y "cobran más fuerzas" (Ps. 84:7), y quiere que todos lleguen a tener ese conocimiento. Con las palabras "con más y más gloria", Pablo no se refiere ciertamente a un esplendor mundano, sino a la excelencia y perfección espirituales.
Sin la fe no puede haber ningún proceso gradual de asimilación espiritual. La utilización de la fe que Dios nos concede nos conduce a la perfección. El tener fe en Cristo nos concede el poder que produce la asimilación en Cristo. La fe nos justifica. La fe nos santifica. La fe nos cambia. Cuando utilizamos la palabra "cambio", no entendemos solamente un cambio de sentimientos o de opinión, ni siquiera de comportamiento, sino un cambio de ser.
Nuestro Padre celestial nos cambia en la imagen divina, una imagen que perdimos por la caída. Mediante la acción constante del Espíritu Santo en nuestros corazones, nos asimilamos a Cristo. Y al asimilarnos a Cristo, reflejamos la gloria y la belleza del Padre, porque Cristo "es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que Él es" (Heb. 1:3).
¿Qué significa ser asimilados a Cristo? ¿O qué debemos hacer para asimilarnos a Cristo? En primer lugar, tenemos que pedir que Cristo llegue a ser "el iniciador y perfeccionador de nuestra fe" (Heb. 12:2) y, en segundo lugar, tenemos que invitarle a que viva su propia vida en nuestras vidas. Haciendo esto, él nos renovará en su propia imagen por la presencia y acción santificadora del Espíritu Santo.
No se puede percibir el poder transformador de un cristianismo puro sin esta doctrina de la operación espiritual. El paso por esta operación espiritual no sólo nos hará cristianos amables y buenos, sino también cristianos que se han reformado y han nacido de nuevo. En otras palabras, la gente buena y amable no es la que puede asimilarse a Cristo, sino que son las personas que se han reformado y han vuelto a nacer, las que pueden hacerlo.
Los cristianos que dicen haber vuelto a nacer y haberse renovado no deben vivir una vida diferente de la vida de Cristo. No sólo deben llevar el nombre de Cristo, sino también el carácter y las características de Cristo, la identidad y la individualidad de Cristo, la personalidad y la particularidad de Cristo. Por ello, la asimilación en Cristo significa poseer el espíritu de perdón de Cristo, el corazón de amor de Cristo, la mente de oración de Cristo y, junto con todo esto, convertirse en presencia restauradora y regeneradora de Cristo en la vida de la humanidad perdida.
La aceptación de Cristo como la puerta de salvación nos permitirá dirigir a otros hacia la salvación. De este modo, nos asimilamos verdaderamente a Cristo.
Meloyan Vaghinag
El Padre Meloyan Vaghinag es miembro de la hermandad del Catolicosado de Cilicia, Líbano. Fue ordenado en 1995. Después de graduarse en el seminario del catolicosado, estudió durante dos años en el Seminario Teológico de Pittsburgh, en los EE.UU. Actualmente es el director del departamento de estudios bíblicos y formación teológica del Catolicosado de Cilicia. Dios de unidad, Dios de amor, que lo que decimos con nuestros labios se enraíce en nuestro corazón, y que lo que afirmamos con nuestro pensamiento se encarne en nuestra vida. Envíanos tu Espíritu para orar en nosotros lo que no nos atrevemos a orar, para exigir de nosotros mucho más de lo que nos exigimos a nosotros mismos, para interpelarnos cuando nos sintamos tentados a seguir nuestro propio camino. Condúcenos hacia el mañana, condúcenos juntos, condúcenos hacia el cumplimiento de tu voluntad, la voluntad de Jesucristo, nuestro Señor, Amén.
Cómo trabajar con estos textos ¿Por qué el pedir y recibir perdón es importante para unas buenas relaciones entre personas, comunidades y naciones? ¿El ofrecer perdón y el ser perdonado qué hacen por las "víctimas" y los "criminales"? ¿Qué significan nuestras peticiones de perdón en la oración del Padre Nuestro y en nuestras liturgias? ¿De qué formas podemos identificarnos con el autor del Salmo 130?
El P. Vaghinag nos recuerda que el autor se halla gravemente afligido, pero no se encuentra en una desesperación sin esperanza. Lea el Salmo 130, versículo por versículo, y señale las frases que indican la fe y confianza en Dios del autor. ¿Qué nos dicen sobre el autor, y sobre Dios?
¿Implica este Salmo que Dios nos sacará de la aflicción y restablecerá el status quo, o la idea de perdón significa que se nos cambia para siempre? ¿Cómo hemos experimentado la respuesta de Dios a nuestros lamentos desde lo más profundo?
Lea el pasaje de 2 Cor. 3:18. ¿Qué significa ser transformado por medio de la obra de Cristo y del Espíritu Santo, "a su semejanza con más y más gloria"?
¿Cómo nos ayuda el Estudio bíblico a entender el tema de la asamblea "Dios, en tu gracia, transforma el mundo", y a responder a él?
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