Reflexiones conclusivas de América Latina "Gracia, cruz y esperanza" es el tema para una reflexión continental comunitaria en América Latina. Plantea el desafío de reflexionar sobre la gracia en medio de un mundo contaminado por tantas "desgracias". Hay tantas personas que son pobres, hay tanta necesidad de justicia sobre la tierra. Las realidades del sufrimiento, el dolor y la desesperación, afectan a las vidas personales de nuestra gente, golpean a nuestras puertas. ¿Es posible hablar de la gracia de Dios en medio de tantas penurias que nos afectan?
Nosotros, teólogos y biblistas de diferentes denominaciones y diversas perspectivas teológicas, escuchando a nuestras iglesias y el palpitar del corazón latinoamericano, hemos llegado al convencimiento de que nuestras gentes piden una mayor comprensión de la gracia de Dios y echan en falta un mayor énfasis en la actitud misericordiosa y amante de Dios, que se abre como padre y madre a todos sus hijos e hijas para convocarlos a una vida plena de confianza y esperanza.
Pocos términos son tan centrales al pensamiento bíblico como la palabra "gracia". Siguiendo a San Agustín y a los reformadores del siglo XVI, el teólogo suizo Karl Barth destacó la importancia de la relación entre gracia y gratitud (charis/eucharistia), al insistir en que la gracia debe ser el principio central de nuestra teología y la gratitud, el motor central de nuestra ética. El Catecismo de Heidelberg afirma que nos es necesario conocer tres verdades: cuán grande es nuestro pecado, cuán grande es la gracia de Dios que nos ha redimido y cuán grande debe ser nuestra gratitud a Dios por su gracia.
Desde la Creación (Génesis 1:31), pasando por la edificación de un pueblo cuya vocación será bendición para todos los pueblos, culminando con la encarnación del Hijo de Dios (Juan 1:14), todo es gracia, generosidad y posición favorable de Dios hacia toda la Creación (Salmo 104).
La Biblia no desconoce la magnitud del pecado humano, la cruz que muestra la tragedia no permite ningún falso optimismo. Toda esta realidad oscura, que llevó al surgimiento de todo un sistema sacrificial y sacerdotal, es confrontada con la gratitud de la acción de Dios. Como diría el apóstol Pablo "
donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia". (Romanos 5:20).
Jesús, al inicio de su ministerio, se coloca en la tradición profética y anunciadora del jubileo, la liberación, el año agradable del Señor (Lucas 4:18-21). El perdón, la vida abundante, el nuevo comienzo de la historia humana, todo estaba presente en la vida y ministerio de Jesús. Su amor por los pobres, los enfermos, la niñez, los pecadores, las prostitutas, los solitarios, fue parte integrante de su proclama en Nazareth. A una historia humana de rebelión contra Dios, la gracia divina, la gratuidad de Dios responde con la vida nueva en Jesucristo. Jesús no presupone méritos en aquellos a los que llama; al contrario, es a "los trabajados y cargados" a quienes promete descanso y sanidad. Su propia muerte en la cruz, suprema manifestación del pecado -humano, personal y estructural-, es transformada por la gracia de Dios en una reafirmación de su vocación salvífica en y por su sacrificio final.
El apóstol Pablo descubre la dimensión de la gratuita gracia de Dios a través de su experiencia en el camino de Damasco. Se siente aceptado sin ningún mérito de su parte, por lo que reacciona contra el esfuerzo de querer imponer de nuevo la ley, el rechazar la gratuidad. En la carta a Filemón, en la cual se devuelve el esclavo fugitivo a su dueño social, exhorta a Filemón a recibirlo como a un hermano. Ya no hay una relación de compra y propiedad, ya no hay una situación de obligación de la ley o por la fuerza: hay una aceptación de la hermandad, de la fraternidad, de la nueva realidad que Dios ha traído en Jesucristo.
En el mundo actual se impone la cultura de que todo es producto comercializable, todo tiene un precio, no existe algo como una comida gratuita; la cultura dominante, de la que todos somos prisioneros, se basa en una única distinción: si producimos o si consumimos. Es importante, pues, volver al pensamiento paulino de que todo es gratuidad en la relación de Dios con los pueblos, todo es amor en la relación de Dios con la creación.
La Comisión Teológica Latinoamericana (CTL), bajo los auspicios del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI), ha articulado su reflexión en los últimos años en torno al tema "Gracia, cruz y esperanza" en los puntos siguientes:.
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La gracia el amor de Dios, dados gratuitamente, son la entrada inicial de la vida cristiana. La comprensión de la disponibilidad incondicional de Dios que nos acepta tal cual somos, que involucra nuestras relaciones con la cultura que nos rodea y que involucra a todo el ecosistema: nada es ajeno a la voluntad de amor de Dios. Nada puede ser ajeno a quienes se sienten incorporados en esa voluntad. Somos libres para liberar, somos amados para amar.
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La experiencia de la gracia es una experiencia de descanso y de reposo en Dios. La Iglesia es convocada a la celebración de esta buena disposición de Dios. Por eso la fiesta es parte de su ser cotidiano. La fiesta expresa la alegría incontenible de los que saben que, sin importar lo que vaya a pasar en el mundo, Dios tiene la palabra final. La ternura, el apoyo fraterno de los que formamos parte de la comunidad de la fe es señal del movimiento del amor de Dios que nos acepta y que nos rehabilita. La fiesta y la alabanza corresponden a la conciencia de la gratuidad del amor de Dios hacia cada uno de nosotros. Las iglesias no son, entonces, comunidades de ley, de disciplina, sino comunidades de celebración, de fiesta, de alegría, de esperanza.
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En nuestra región y en el mundo, la fuerza del sistema económico que margina a grandes sectores es la anti-gracia, la des-gracia. Frente a un mercado deshumanizante, esquemas políticos sin credibilidad, un sistema judicial orientado hacia los poderosos, una corrupción sistémica, una pérdida de valores que fragmentan nuestras familias, comunidades y sociedades
, "poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia". (2 Corintios 9:8(a)). El don de la gracia de Dios significa que a través de la cruz se derrama la esperanza de la vida. La gracia en el contexto latinoamericano significa asumir las realidades de la vida, la cruz con sentido de esperanza. La gracia es el don de Dios frente a la pérdida de esperanza. Nuestras iglesias son comunidades del Espíritu, en las que hemos aprendido a vivir la gracia de Dios en Cristo.
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No es fácil hoy actuar como Dios quiere, vivir de acuerdo con los valores del Reino. Parece que se ubica la gracia en dos extremos: o se la experimenta como estados de ánimo caprichosos, limitada a sensaciones intimistas, o se la recita como una definición de catecismo, preocupada por la ortodoxia. Ninguno de estos extremos es fiel al Espíritu del Evangelio. En la sociedad actual cada hombre y cada mujer tienen que luchar para "ser alguien", para ser personas dignas. ¡Ésta es una lógica tan diferente y contraria a la de la gracia! En sociedades excluyentes el reconocimiento de la dignidad humana es selectivo
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Es importante relacionar la gracia con la dignidad humana; ambas nos remiten a Dios y ambas nos remiten a los seres humanos. Dignidad humana y gracia divina son inseparables porque es imposible experimentar la gracia de Dios al margen del sentimiento de la dignidad humana. Si no hay dignidad humana hay ausencia de gracia de Dios; y si hay dignidad humana, de alguna manera, hay presencia de la gracia de Dios y de su gloria.
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Sentimos que la gracia de Dios, como bendición de lo alto, camina por nuestras calles y ciudades, corre por nuestros campos y poblados, toca las puertas de nuestros hogares y comunidades, llega a nuestras vidas renovando nuestras motivaciones y espiritualidades. No dudamos en afirmar que vivimos el "kairos de la gracia": que la gracia abunde.
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