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Pero esto disgustó mucho a Jonás, y lo hizo enfurecerse. Oró al Señor diciendo: "O Señor, ¿no es esto lo que yo decía cuando estaba todavía en mi tierra? Por eso me adelante a huir a Tarsis; porque sabía que eres un Dios clemente y misericordioso, lento para la ira y lleno de amor, y dispuesto a dejar de castigar. Pues bien, Señor, te suplico que me quites la vida porque es mejor que seguir viviendo". El Señor le respondió: "¿Tienes razón para enfurecerte tanto?"
Jonás salió y acampó al este de la ciudad. Hizo una cabaña y se sentó a la sombra para ver qué iba a suceder con la ciudad. Entonces el Señor Dios hizo crecer una planta hasta sobrepasar a Jonás, para que le diera sombra en la cabeza y lo aliviara de su malestar. Jonás se alegró muchísimo por la planta. Pero al amanecer del día siguiente Dios dispuso que un gusano la hiriera y la planta se marchitó. Al salir el sol, Dios mandó un viento oriental abrasador. Además, el sol hería a Jonás en la cabeza, de modo que éste desfallecía. Jonás se deseó la muerte y dijo: "Prefiero morir a seguir viviendo". Pero Dios dijo a Jonás: "¿Tienes razón de enfurecerte tanto por la planta?" Respondió: "Si, de enfurecerme como para morir." Entonces el Señor le dijo: "Tú te compadeces de una planta que, sin esfuerzo de tu parte, creció en una noche y en otra pereció. Y de Nínive, una gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y tanto ganado, ¿no habría yo de compadecerme?" Al día siguiente, mientras ellos iban de camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea a orar. Era casi el mediodía. Tuvo hambre y quiso algo de comer. Mientras se lo preparaban, le sobrevino un éxtasis. Vio el cielo abierto y algo parecido a una gran sábana que, suspendida por las cuatro puntas, descendía hacia la tierra. En ella había toda clase de cuadrúpedos, como también reptiles y aves. --Levántate, Pedro; mata y come --le dijo una voz. --¡De ninguna manera, Señor! --replicó Pedro--. Jamás he comido nada impuro o inmundo. Por segunda vez le insistió la voz: --Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro. Esto sucedió tres veces, y en seguida la sábana fue recogida al cielo. Pedro no atinaba a explicarse cuál podría ser el significado de la visión. Mientras tanto, los hombres enviados por Cornelio, que estaban preguntado por la casa de Simón, se presentaron a la puerta. Llamando, averiguaron si allí se hospedaba Simón, apodado Pedro.
Mientras Pedro seguía reflexionando sobre el significado de la visión, el Espíritu le dijo: "Mira, Simón, tres hombres te buscan. Date prisa, baja y no dudes en ir con ellos, porque yo los he enviado." Pedro bajó y les dijo a los hombres: --Aquí estoy; yo soy el que ustedes buscan. ¿Qué asunto los ha traído aquí? Ellos le contestaron: --Venimos de parte del centurión Cornelio, un hombre justo y temeroso de Dios, respetado por todo el pueblo judío. Un ángel de Dios le dio instrucciones de invitarlo a usted a su casa para escuchar lo que usted tiene que decirle. Entonces Pedro los invitó a pasar y los hospedó.
Al día siguiente, Pedro se fue con ellos acompañado de algunos creyentes de Jope. Un día después llegó a Cesarea. Cornelio estaba esperándolo con los parientes y amigos íntimos que había reunido. Al llegar Pedro a la casa, Cornelio salió a recibirlo y, postrándose delante de él, le rindió homenaje. Pero Pedro hizo que se levantara, y le dijo: --Ponte de pie, que sólo soy un hombre como tú. Pedro entró en la casa conversando con él, y encontró a muchos reunidos. Entonces les habló así: --Ustedes saben muy bien que nuestra ley prohíbe que un judío se junte con un extranjero o lo visite. Pero Dios me ha hecho ver que a nadie debo llamar impuro o inmundo. Por eso, cuando mandaron por mí, vine sin poner ninguna objeción. Ahora permítanme preguntarles: ¿para qué me hicieron venir? Cornelio contestó: --Hace cuatro días a esta misma hora, las tres de la tarde, estaba yo en casa orando. De repente apareció delante de mí un hombre vestido con ropa brillante, y me dijo: 'Cornelio, Dios ha oído tu oración y se ha acordado de tus obras de beneficencia. Por lo tanto, envía a alguien a Jope para hacer venir a Simón, apodado Pedro, que se hospeda en casa de Simón el curtidor, junto al mar.' Así que inmediatamente mandé a llamarte, y tú has tenido la bondad de venir. Ahora estamos todos aquí, en la presencia de Dios, para escuchar todo lo que el Señor te ha encomendado que nos digas.
Pedro tomó la palabra, y dijo: --Ahora comprendo que en realidad para Dios no hay favoritismos, sino que en toda nación él ve con agrado a los que le temen y actúan con justicia".
Solemos pretender que somos criaturas predominantemente racionales y que el argumento razonado es la forma mejor de cambiar nuestras mentes. La Declaración de Independencia de los Estados Unidos proclama que algunas verdades son "evidentes" (para la razón) y la mayoría de nosotros estamos de acuerdo, en general. Pero sabemos también que no somos solamente criaturas de razón. Somos presa de temores irracionales, estamos sometidos a tabúes antiguos, estamos atrapados por fuerzas que apenas entendemos. Para producir un cambio de corazón se necesita a veces algo más que apelar a la razón.
Dios elige algunos modos extraños de cambiar nuestras mentes y nuestros corazones, los cuales pocas veces parecen ajustarse a un tratado académico y a una lógica claramente argumentada. El relato de Jonás nos ofrece un buen ejemplo de los poderosos dones de persuasión de Dios. Al dar una explicación del porqué ha perdonado a los ninivitas, Dios no presenta a Jonás un largo argumento con palabras bien elegidas. Lo hace, en cambio, con un truco amable y persuasivo: utiliza una planta de ricino y el sol del medio día. Cuando Jonás protesta porque se marchitaba una planta, Dios le dice: "¿No habría yo de compadecerme de Nínive, una gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda?"
Es difícil saber si Jonás quedó plenamente convencido. Pero el narrador de todo el relato de Jonás espera evidentemente que el lector se convenza de que Dios se preocupa de todas las personas de la creación, incluso de aquellas que el lector ha aprendido a considerar extranjeras, inmorales e inservibles. El relato forma parte del testimonio profético de la tradición de nuestra fe, según el cual "para Dios no hay favoritismos", o quizás, con mayor verdad aún, que Dios nos ama a todos como a sus favoritos.
Al convencer al apóstol Pedro sobre la misma verdad, Dios hace también algo más que presentar un argumento. En cualquier caso, si pensamos en qué puede consistir el "argumento", podemos concluir al menos que, a un apóstol del siglo I, se le escaparía pensar en el programa moderno sobre los derechos humanos o en la interpretación posterior a la ilustración de la igualdad de todos los seres humanos. Lo que es sorprendente, ciertamente, es que este argumento se les haya escapado incluso a muchos que viven hoy en día, muchos siglos después de todo aquello. Las fuerzas que mantienen activas las ideas de separación racial o superioridad étnica están enraizadas siempre en lugares distintos de la razón. Y es a esos lugares adonde se dirigió Dios, y cambió el entendimiento de Pedro.
Se podría tener lástima de Pedro. Había estado orando persistentemente en la azotea, cuando más calentaba el sol. Tuvo hambre, tanta que cayó en trance cuando todavía se estaba preparando la comida. Y como quien padece inanición, soñó con comida. Pero era una pesadilla. Se le invitaba a comer de todo, incluso alimentos que le habían enseñado a considerar asquerosos y aborrecibles. No eran sólo cosas que no entraban en el menú o violaban las reglas; era el tipo de ofrecimiento que hace sentir nauseas incluso al más hambriento. Pero la voz que le invitaba a comer dijo claramente, tres veces: "Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro". Pedro se halla totalmente perplejo sobre lo que podría significar la pesadilla, hasta que es llevado a encontrarse con un gentil. Entonces Pedro reconoce la relación entre el sueño que le produjo nauseas y la repugnancia y aversión que hasta aquél momento había sentido por los gentiles. Si Dios pudo desbaratar tan radicalmente todo lo que Pedro había aprendido a nivel visceral sobre la comida, cuánto más podría Dios desbaratar lo que Pedro había aprendido sobre los seres humanos a ese nivel profundo e irracional.
Pedro dice: "Dios me ha hecho ver que a nadie debo llamar impuro o inmundo".
Es una señal de madurez humana reconocer que gran parte de nuestros sentimientos más profundos acerca de otras personas están enraizados en algún lugar que tal vez no esté abierto a los dictados directos de la razón. Sabemos, al nivel de nuestras mentes, que no es razonable creer que Dios tiene preferencia por unas personas más que por otras o que algunos grupos étnicos son superiores a otros. Pero, a veces, en un lugar dentro de nosotros mismos, que difícilmente podemos nombrar, surgen sentimientos de temor o incluso de aversión. Es a este lugar adonde necesitamos que Dios venga y nos muestre la verdad, como se la manifestó a Pedro en su sueño hambriento sobre un mantel repleto de alimentos tabú.
En la novela postcolonial de Amitav Ghosh, El Palacio de Cristal, el autor describe como los colonialistas británicos trataban de obligar a los miembros del ejército indio a ellos sometidos a romper sus diversos tabúes alimentarios, con el fin de que olvidaran sus diferencias entre ellos y de forjar una nueva lealtad al imperio británico.
Cada comida en el comedor de oficiales.... era una aventura, una espléndida trasgresión de tabúes. Allí se comían platos que ninguno de ellos había probado jamás en casa: panceta, jamón y salchichas para desayunar; rosbif y costillas de cerdo para cenar... Todos ellos tenían historias que contar sobre cómo se les había revuelto el estómago la primera vez que masticaron un trozo de vaca o cerdo; se lo tragaron con dificultad, luchando por contener la repulsión.1
Este relato muestra la conexión entre los tabúes alimentarios y la tragedia de la separación racial, y expresa algo del costo real de la trasgresión del tabú. Es también un relato escandaloso para nosotros que lo leemos ahora debido al contexto político del que procede. Los británicos trataron de superar un tipo de separación, pero sólo para sus propios fines imperiales y para reforzar aún más otro tipo de opresión colonial. Sin embargo, desde cualquier lugar que lo leamos, este texto escandaloso puede remover y suscitar dentro de nosotros un renovado sentido del "escándalo" de la trasgresión de leyes y tabúes alimentarios. Y hacer esto es renovar en nosotros el sentido de lo que afrontó Pedro en su sueño.
Se da por supuesto como fundamento de la iglesia de nuestros tiempos que el racismo es un pecado y que Dios no tiene favoritismos. En Cristo, somos hermanos y hermanas, independientemente de dónde vengamos, de cualquier nación o tribu. Lamentablemente, esto no ha sido siempre así. Pero puede ocurrir que seamos todavía reacios a afrontar el temor del otro que está enraizado en un lugar profundo, en un lugar al que no pueden llegar las fuerzas del argumento o la razón. Pero a veces nos olvidamos y el temor del otro y de lo desconocido vuelve a aparecer. Quizás nos encontramos cómodos en la calle si nos sigue alguien que se parece a nosotros, pero nos preocupamos si, volviéndonos, vemos una cara extraña. Tal vez haya pueblos a los que no podemos disociar de una historia o política que nos infunde temor. Lo mismo que ante un alimento extraño, a veces estamos intrigados y a veces cautelosos. Si nos ocurre esto realmente, es mejor reconocerlo que disimularlo. Y, aún más, conviene leer lo que dice la Biblia sobre los santos y profetas que lucharon por superar un temor o tabú profundamente arraigado, y a los que Dios cambió.
El sueño de Pedro cambió su mente y cambió su corazón, de forma que quedó convencido de que "para Dios no hay favoritismos". Mientras predicaba, el Espíritu Santo descendió sobre los Gentiles. ¿Y qué pudo hacer Pedro sino recomendar que fueran bautizados? También a Jonás se le impuso la verdad de que Dios ama a todas las personas que ha creado. Estos dos textos hablan de la definición de momentos en el despertar de comunidades concretas para poner fin al exclusivismo racial - y, en sus casos concretos, a una nueva comprensión de la relación entre los judíos y los gentiles. Porque, desde el punto de vista de Dios, es evidente que no hay nada profano ni impuro. Dios de todas las naciones y pueblos, para quien nada sobre la tierra es impuro, intocable o tabú, limpia nuestros corazones de temores y prejuicios que todavía amenazan nuestra existencia e interpélanos en lo más profundo de nuestro cuerpo y nuestro espíritu, ven a nosotros y haz lo necesario, para abrir nuestros ojos, cambiar nuestro corazón, y convertirnos a hacer lo que es justo, de forma que, cuando tú quieras, nos reconozcamos unos a otros como hermanos y hermanas queridos, y como hijos de tu amor. En el nombre de quien rompió los tabúes, para tocar, para sanar y para sostener, Jesucristo, tu Hijo, nuestro Salvador,
Amen.
Susan Durber
Susan Durber es ministra de la Iglesia Reformada Unida en el Reino Unido y presta servicios a dos congregaciones en Oxford, Inglaterra. Tiene el doctorado en estudios bíblicos y teoría literaria y ha publicado sermones, oraciones y artículos.
Como trabajar con estos textos ¿Cuándo fue la última vez que cambió usted de mentalidad? ¿Es posible que fuera, por ejemplo, sobre cómo valoraba usted a otra persona, sobre la conveniencia de una acción o la exactitud de una opinión? ¿Qué le indujo a cambiar de esta forma? Deténgase a pensar sobre esto. Tuvieron que ocurrir acontecimientos espectaculares para cambiar las ideas preconcebidas de Jonás y de Pedro. ¿Con qué partes de estos dos relatos se identifica usted más?
Jonás y Pedro tenían algunos problemas profundamente arraigados en algunas personas, que expresaron en relación con su propia fe en Dios. Tenían plena certeza de la rectitud de sus posturas. ¿Con qué personas tiene usted problemas? ¿Qué es lo que en ellas le causa problemas: por ejemplo, su etnicidad, su comportamiento, sus ideas políticas o sus opiniones? ¿Qué hay en usted que causa el problema: por ejemplo, su historia personal o comunitaria, sus opiniones, una reacción visceral? Sea lo más honesto posible al examinarse a sí mismo. Si está debatiendo esto en un grupo, identifique factores comunes en sus actitudes.
Susan Durber observa que el relator de Jonás "espera que el lector se convenza de que Dios se preocupa de todas las personas de la creación, incluso de aquellas que el lector ha aprendido a considerar extranjeras, inmorales e indignas". Sin embargo, incluso aunque "sabemos" esto, encontramos difícil aceptarnos unos a otros. ¿Cómo puede Dios ayudarnos a cambiar nuestras actitudes y comportamientos con respecto a los otros?
¿Cómo nos ayuda el estudio bíblico al entender el tema de la asamblea, "Dios, en tu gracia, transforma el mundo" y a responder a él?
1 Anagrama, Barcelona, 2002; página 328.
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