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20.02.06

Y todavía cantamos

 


 

 

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El hecho de que la sesión plenaria dedicada a América Latina en la IX Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias que tiene lugar en Porto Alegre comenzara con esa hermosa canción de ese poeta de la guitarra que es el argentino Víctor Heredia, fue un poco como publicar la biografía de quienes vivimos al Sur de la riqueza mal proporcionada de este mundo:

 

"Me preguntaron cómo vivía, me preguntaron / "sobreviviendo dije, sobreviviendo". / Tengo un poema escrito más de mil veces, / en él repito siempre que mientras alguien / ponga muerte sobre esta tierra / y se fabriquen armas para la guerra, / yo pisaré estos campos sobreviviendo…".

 

Sin dudas la presentación fue como una hermosa "milpa", esa palabra azteca que significa maizal y que luego devino, como generalización, sinónimo de cosecha. Allí, como granos de maíz que acudían a fortalecer la mazorca, se unieron las mejores expresiones culturales del continente, la lírica más dolorosa de nuestra canción comprometida, las voces más vigorosas de la teología y la justicia social.

 

La Asamblea respiraba por ese poro gigante que es la América toda, llena de ríos subterráneos como la savia de Sucre, San Martín, Bolívar, Martí, Juana Azurduy, Zumbi dos Palmares… La dura realidad de la pobreza del continente se hizo evidente una vez más, pero por encima de ella se alzó la esperanza de una iglesia comprometida con su pueblo y dispuesta a colaborar con Dios en la transformación del mundo, a través de su Gracia.

 

El grupo Camaleón Teatro de Muñecos hizo revivir nuestra piel: Esos personajes que se hallan al doblar de cualquier esquina latinoamericana exigiendo frente a los poderosos, no unas migajas sino el derecho a construir la justicia y la paz desde nuestra propia experiencia como pueblo.

 

Fue una tarde hermosa que convocó a la Vida en Abundancia de la cual hablara Jesús, desde la "Pacha-mama" o madre-tierra de todos los latinoamericanos y caribeños. Un grito unánime de que "luchamos con porfía" porque tenemos esperanza de que un mundo sin violencia, en el que reine el Shalom de Dios, es posible.

 

Cuando veíamos la cara de niña y la sonrisa plena de una luchadora como Nora de Cortiñas cantar junto al trovador la canción que ha devenido himno de las Madres de la Plaza de Mayo, teníamos la respuesta a toda esa mezcla de angustia y júbilo que subió al escenario de la cita. "…por un día distinto sin apremios ni ayunos, / sin temor ni llanto… Todavía cantamos, todavía pedimos, / todavía soñamos, todavía esperamos…".

 

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