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30.08.05

Iglesias filipinas ayudan a llevar luz a aldeas remotas

Por: Maurice Malanes


Niños Mabaka tocan instrumentos
tradicionales celebrando
la inauguración de una
mini planta hidroeléctrica

Han andado literalmente a tientas en la oscuridad hasta ahora. Pero desde hace tres años, más de un millar de personas de una lejana aldea situada en las montañas del norte de Filipinas se han considerado bienaventuradas porque finalmente ven la luz de lámparas fluorescentes.

Antes de que, en marzo de 2002, el obispo episcopal (anglicano) Joel Pachao inaugurara una pequeña central hidroeléctrica de 15-kilovatios en la aldea de Lon-oy (a unos 250 kilómetros al norte de Manila), en el distrito de la ciudad de San Gabriel de la Provincia de La Union, las personas del lugar tenían que conformarse con disponer de lámparas de keroseno para la iluminación.

"Era verdaderamente una pena verlas andar a tientas en tinieblas por la noche", dice Frank Taguba, un ingeniero de la organización no gubernamental Sibol ng Agham at Teknolohiya (SIBAT o Fuente de ciencia y tecnología), que contribuyó a proyectar y supervisar la construcción de la pequeña central hidroeléctrica.

Accesible desde el centro de la ciudad de San Gabriel a través de una carretera en continua subida y después de tres horas de difícil trayecto en automóvil, Lon-oy es una de las diez mil aldeas de todo el país no incluidas en la red de la compañía nacional de energía eléctrica. En el plan energético del gobierno filipino, Lon-oy es una de las aldeas a ser electrificadas en 2010. Pero esto era sólo un plan sobre el papel. Además, el año 2010 significaba una larga espera para los habitantes de Lon-oy.

Así pues, por su propia cuenta, los habitantes de la aldea, en su mayoría anglicanos, y la oficina del programa de desarrollo comunitario de la Diócesis Episcopal del Norte-Centro de Filipinas prepararon conjuntamente un proyecto de pequeña central hidroeléctrica. La organización SIBAT, además de contribuir a la elaboración y supervisión del proyecto, convenció al departamento de energía del gobierno filipino a que lo financiara con 1,5 millones de pesos (unos 26.800 dólares estadounidenses o 22.000 Euros).

Como contribución de contraparte, las más de 130 familias de la aldea se encargaron de proporcionar mano de obra para el proyecto. Durante tres años, no sólo los hombres, sino también las mujeres y los jóvenes, excavaron y revistieron con cemento un canal de desviación de más de un kilómetro de largo desde el río Lon-oy. El canal lleva el agua a la central eléctrica aguas abajo, donde un generador convierte la fuerza del agua en electricidad.

La instalación de energía eléctrica, diseñada principalmente para la iluminación, ha permitido a cada hogar disponer de un máximo de 80 vatios. No se permiten aparatos más lujosos, como televisores, refrigeradores y hornos eléctricos; de lo contrario, se interrumpe el suministro de energía a causa de la sobrecarga.

Pero el mero hecho de proporcionar iluminación ha obrado ya maravillas para los aldeanos. En lugar de iluminarse con lámparas de keroseno, los maestros pueden trabajar ahora con mayor comodidad bajo la luz eléctrica cuando preparan sus clases y corrigen los trabajos de sus alumnos.

Los fabricantes de escobas pueden ahora trabajar hasta tarde en su producción para la venta. Los miembros de las familias puden también desgranar las legumbres recién cosechadas, mientras se cuentan cuentos y acertijos y cantan canciones, antes de irse a dormir.

Por la mañana temprano, las miembros de una asociación de mujeres de la aldea pueden empezar a cocer el pan en el horno de gas licuado de su panadería, mientras que, anteriormente, tenían que esperar a que amaneciese para poder hacerlo.

Las mujeres se han empeñado también en un proyecto de preparación de alimentos, en el que pueden participar ahora al anochecer y por la mañana temprano. Transforman, por ejemplo, el jengibre en té, algo que antes no podían hacer.

La pequeña central hidroeléctrica no sólo ofrece a los aldeanos nuevos medios de subsistencia, sino también oportunidades de crecimiento espiritual, señala Johnny Golocan, ingeniero y líder laico que coordina el programa de desarrollo de la Diócesis Episcopal del Norte-Centro de Filipinas.

"Con la electricidad -subraya-, nuestros feligreses de Lon-oy pueden celebrar por la tarde sus reuniones de estudios bíblicos, comunitarias y de oración."

<b» Un evangelio que se extiende dando vida en abundancia</b>

El evangelio de llevar luz por medio de pequeñas centrales hidroeléctricas se ha extendido más hacia el norte hasta la lejana aldea de Buneg, en el distrito de la ciudad de Conner, provincia de Apayao, a unos 550 kilómetros al norte de Manila.

Los más de 300 indígenas de la población Mabaka (uno de los más de 80 grupos etnolingüísticos e indígenas de Filipinas) de Buneg se pusieron en contacto con la Iglesia Católica Romana y la organización no gubernamental SIBAT para que los ayudaran a instalar una pequeña central hidroeléctrica de 7,5 kilovatios. Lo mismo que Lon-oy, Buneg no es una prioridad para la red gubernamental de la compañía nacional de energía eléctrica.

Durante seis años, los Mabaka transportaron pacientemente materiales de construcción, desde cemento, barras de acero y tubos hasta la turbina y el generador, debido a que la carretera más cercana a Buneg es accesible sólo a pie después de caminar de seis a siete horas montaña arriba. La SIBAT proporcionó expertos y canalizó también fondos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

La pequeña central hidroeléctrica de Buneg, inaugurada en enero de 2003, proporciona desde entonces luz eléctrica a 36 familias y ayuda a la población de las montañas a disponer de mejores medios de subsistencia.

Al anochecer, Andanan Agagen sigue tejiendo cestos de roten que vende a las gentes de las tierras llanas. Los cestos que teje le han permitido enviar a su hija al colegio. "Nunca hubiera soñado que habría visto en mi vida la luz de una lámpara eléctrica", dice este anciano de unos 70 años. "No puedo sino agradecer al cielo y a quienes han hecho posible este milagro.

"A la luz de las brillantes lámparas fluorescentes, los niños pueden ahora estudiar y leer libros, mientras Rosalina Dangli, la maestra de la comunidad, prepara las clases del día siguiente.

En 2004, la población de Mabaka tuvo acceso a algunos fondos para construir un molino de arroz de energía hidráulica que ha contribuido a aliviar la carga de las mujeres y los niños que tradicionalmente realizan ese trabajo. "Liberados de la agobiante tarea de moler el arroz, los niños tienen más tiempo para estudiar sus lecciones", dice Dangli.

En otras aldeas lejanas, a las que tampoco puede alcanzar el programa energético del gobierno, proyectos comunitarios de pequeñas centrales hidroeléctricas de este tipo están ayudando a emprender una pacífica revolución industrial. Herrerías, molinos de arroz, trituradoras de caña de azúcar e incluso un taller de vulcanización ayudan ahora a las familias a mejorar sus medios de subsistencia.

Respondiendo a una pregunta sobre el lugar de los pequeños proyectos hidroeléctricos en el marco de la visión y misión de la Iglesia Episcopal de las Filipinas, Golocan dice: "De forma limitada pero concreta, estas instalaciones sencillas pueden contribuir a mejorar y transformar las vidas de nuestros feligreses. Vemos con satisfacción cómo ayudan a muchas familias pobres a participar en la vida abundante que Cristo prometió." [1.164 palabras]

(*) Maurice Malanes es un periodista independiente de las Filipinas. Corresponsal de Noticias Ecuménicas Internacionales (ENI), también escribe para el periódico de Manila "Philippine Daily Inquirer" y para la Unión de Noticias Católicas Asiáticas (UCAN) basada en Bangkok.