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02.11.05

Las iglesias y la iglesia o la importancia de la eclesiología

Por: Thomas F. Best


La eclesiología -la idea que cada iglesia tiene de sí misma y de su relación con otras iglesias- es vital para los cristianos, para las iglesias y para el movimiento ecuménico.
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Es posible que estemos en el umbral de un cambio radical: el comienzo de una eclesiología desarrollada por las iglesias de manera conjunta y no por separado
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Esta foto proviene del sitio "Keeping the Faith" (Mantener la fe)

Por extraña que pueda parecer la palabra a primera vista para el creyente medio, la "eclesiología" ocupa un lugar central en la vida de toda comunidad cristiana. Las respuestas que se dan a las cuestiones "eclesiológicas" en las iglesias influyen sobre la vida cotidiana de los fieles y orientan la búsqueda de la unidad de los cristianos.

Jorge y Ana, padres jóvenes, se preguntan: "¿Debemos bautizar a nuestra hija a poco de nacer? ¿O tenemos que esperar hasta que ella misma decida si quiere pertenecer a la iglesia?"

Ruth va con su amiga Irene a la iglesia de ésta. Ruth no puede participar en la eucaristía porque su iglesia y la iglesia de Irene no están en comunión. "No lo entiendo -dice-. Si compartimos un bautismo común en Cristo, ¿por qué no podemos comulgar juntas?"

Tal vez sin darse cuenta, estos cristianos y cristianas plantean cuestiones eclesiológicas: preguntas sobre lo que es la iglesia, y para qué está en este mundo.

Eclesiología, para decirlo de manera sencilla, es la idea que una iglesia tiene de sí misma, cómo organiza su vida y cómo se relaciona con otras iglesias y con el mundo. La eclesiología trata también de los límites de la iglesia: ¿cuáles son las creencias o los comportamientos que colocan a una persona fuera de la iglesia?

El movimiento ecuménico se apoya en convicciones eclesiológicas: una es que la unidad de las iglesias en Cristo es mayor que todas las diferencias de credo y todas las tragedias de la historia que las dividen. Otra es que Cristo quiere que esa unidad sea tan visible como efectiva (Juan 17:20-21).

Así pues, siempre que hay divisiones entre las iglesias -por ejemplo cuando no pueden tener actos de culto o comulgar juntas, o reconocer recíprocamente sus ministerios, o cuando su testimonio y su servicio comunes en el mundo se ven oscurecidos- son preguntas eclesiológicas las que hay que plantear, y respuestas eclesiológicas las que hay que dar.

Un poco de historia

No es extraño, por consiguiente, que el movimiento ecuménico haya bregado con problemas de eclesiología desde sus mismos comienzos.

Cuando las iglesias buscaron una base para su confesión, su testimonio y su servicio comunes, practicaron primero una "eclesiología comparativa". Se exponían las convicciones de cada iglesia y se observaban las analogías y las diferencias como base para el entendimiento mutuo.

Esa fue la base para la famosa "Declaración de Toronto" de 1950, que afirmó el papel del Consejo Mundial de Iglesias como el lugar en que eclesiologías diferentes -incluso estridentemente diferentes- podían encontrarse para el diálogo, la misión cooperativa y el servicio.

Más adelante hubo un cambio sísmico hacia un método de "convergencia". Las comparaciones eclesiológicas se pusieron en la perspectiva no simplemente del presente y el pasado, sino también del futuro. Los debates tendían a que las iglesias, al avanzar hacia el futuro, fueran aproximándose en lugar de seguir apartándose.

Para ello, se requería una nueva dimensión del diálogo. Ya no era bastante constatar las diferencias eclesiológicas: si se practica el bautismo de niños o el de "adultos", si las mujeres pueden o no ser ordenadas al ministerio de la palabra y los sacramentos. Fue necesario identificar el momento en que la diferencia se hace división, designar las causas de la división y esforzarse juntos por superarlas.

En el umbral de un cambio radical

Hoy en día tendemos a olvidar cuán radical es un acontecimiento como el moderno movimiento ecuménico: iglesias que durante 150, 500, o 1000 años vivieron y dieron culto a Dios separadamente, ahora lo hacen juntas, cada vez más y de modo irreversible.

Este hecho ha influido sobre la idea que muchas iglesias tienen de sí mismas: verdaderas partes del cuerpo de Cristo, iglesias completas en sí mismas pero incompletas sin las otras iglesias. De este modo la experiencia común de las iglesias ha llegado a ser parte de la "materia prima" de la eclesiología.

Las consecuencias son notables. Es posible que estemos ahora en el umbral de otro cambio, el más profundo de todos: el comienzo de una eclesiología -un entendimiento básico de la iglesia y de su misión- desarrollada por las iglesias de manera conjunta y no por separado.

Tal eclesiología tendría como principio, y no como fin, el hecho de que las iglesias son una en Cristo. Se alimentaría profundamente de la experiencia de cada iglesia, pero también de la experiencia ecuménica de las iglesias en la proclamación de la fe, el testimonio, el servicio y (cuando sea posible) el culto en común más bien que por separado.

E interpelaría a cada iglesia de manera que se pregunte: ¿Sirve a la unidad de la iglesia la idea que tenemos de nosotros mismos? ¿En qué medida nuestra propia eclesiología se desarrolló para justificar y mantener nuestra separación de otras iglesias? ¿Cómo hacemos más visible y efectiva la unidad que tenemos?

La IX Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) debatirá en febrero próximo en Porto Alegre una declaración sobre eclesiología. Redactada por la Comisión de Fe y Constitución del CMI, la declaración trata de presentar, de manera concisa pero sustancial, lo que las iglesias pueden decir juntas sobre la iglesia.

La declaración se presenta a la aprobación de la Asamblea, no como la declaración "final" o definitiva sobre la iglesia, sino como base para la reflexión sobre lo que une a las iglesias y sobre lo que amenaza dividirlas.

No por casualidad se llama "Invitación a las iglesias", ya que las llama a un diálogo renovado y más profundo. Las llama a ser la iglesia una, a hacer visible en el Espíritu la unidad que Dios les ha dado en Cristo. Y ciertamente las desafía a encararse abiertamente con sus divisiones, a señalarlas y a trabajar para superarlas.

Hacer lo que es debido

Hace algunos años escuché una historia que aclara por qué la eclesiología -la idea que cada iglesia tiene de sí misma y de su relación con otras iglesias- es vital para los cristianos, para las iglesias y para el movimiento ecuménico.

Era una feligresa de Ghana, cuya aldea había recibido ayuda alimentaria del párroco de una aldea vecina durante una hambruna. Cuando terminó la hambruna, ella fue a la aldea vecina para dar las gracias a sus habitantes por lo que habían hecho.

Pero cuando fue a la iglesia del párroco para saludarlo y manifestarle personalmente su agradecimiento, no pudo tomar la comunión porque sus respectivas iglesias no estaban de acuerdo en algunos puntos. La mujer acudió a su obispo y le preguntó:

"¿Cómo es que podemos compartir el alimento material que nos mantiene vivos, y no podemos compartir el alimento espiritual que el propio Cristo nos ofrece? Creo que cuando Cristo venga de nuevo nos alimentará él mismo, y hará lo que es debido."

La "eclesiología" trata de que las iglesias hagan "lo que es debido". Trata de que las iglesias sean "lo que es debido": una iglesia unida en la proclamación de la fe, en el culto, en el testimonio y en el servicio, con un solo corazón.

(*) El Dr. Thomas F. Best, pastor de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) de los Estados Unidos, es director de la Comisión de Fe y Constitución del CMI.