14.09.05
Cuidado con lo que rezamos...
Por: Simon Oxley
La transformación del mundo no puede llevarse a cabo mediante una caridad indolora. Es, más bien, una cuestión de justicia.
El tema de la próxima IX Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) es una oración: Dios, en tu gracia, transforma el mundo. Pero tal vez deberíamos preguntarnos: ¿Qué haríamos si Dios respondiera a esta oración? O bien: ¿Realmente nos atrevemos a orar por transformación?
Nuestra reacción inmediata podría ser de gozo. El mundo necesita en verdad ser transformado. El mal monstruoso de la pobreza que destruye tantas vidas podría ser derrotado. Todos podrían disfrutar de agua limpia, alimentación suficiente y educación. El comercio podría ser justo, sin que se explotara el trabajo de nadie. Enfermedades mortales como malaria y tuberculosis podrían ser erradicadas. La difusión del VIH/SIDA podría detenerse y podría ofrecerse a todos un tratamiento efectivo y al alcance de cualquiera. Podría atajarse la corrupción política y económica y podríamos dejar de confiar en la fuerza armada para obligar a otros a cumplir nuestros mandatos.
Todo esto es posible ahora mismo. La transformación que se requiere es la de nuestra voluntad política. Pero ¿nos alegraríamos realmente?
Nada de esto puede suceder sin que nosotros cambiemos también. Algunos de nosotros nos sentimos muy a gusto con nuestro estilo de vida: nuestra comida, nuestro vestido, nuestros pasatiempos, nuestros automóviles. Podemos incluso persuadirnos de que merecemos estas cosas. Tendremos que renunciar a nuestra parte no equitativa de recursos y poder, tendremos que devolverla. Nuestras actitudes y nuestra conducta tendrán que cambiar, y puede ser que eso no nos guste.
Orando por cambios radicales
La transformación del mundo no puede llevarse a cabo mediante una caridad indolora, un incremento de la generosidad de aquellos que tienen para con los que no tienen. Es, más bien, una cuestión de justicia. En estos últimos años, se ha debatido en el movimiento ecuménico sobre "justicia reparadora", la clase de justicia que trata de enderezar entuertos.
Pero el tema de la Asamblea del CMI y las concepciones bíblicas de justicia nos llevan más lejos. Debemos pensar en la justicia de Dios como justicia transformadora. Justicia que va más allá del castigo al culpable y la reparación del mal, para crear algo completamente nuevo.
Jesús llamó a esto el reino de Dios. Cada vez que decimos la oración del Señor pedimos: "Venga a nosotros tu reino / hágase tu voluntad / en la tierra como en el cielo". Estamos tan acostumbrados a utilizar estas palabras que fácilmente podemos olvidar el cambio radical que pedimos.
Orar Dios, en tu gracia, transforma el mundo significa abrirnos a la transformación de los creyentes, las iglesias y el propio movimiento ecuménico. Podemos creer en Dios, en Jesús y en el Espíritu Santo sólo de una manera que nos convenga. Podemos recabar el apoyo de Dios para nuestras causas en lugar de responder al llamamiento de Dios al amor desinteresado y al servicio. Podemos tratar de poner límites al amor de Dios en lugar de celebrar su universalidad. Nuestras acciones como iglesias y nuestras relaciones con nuestras hermanas y nuestros hermanos en Cristo pueden negar el evangelio. Podemos estar tan seguros de tener razón y de que los otros están en el error, que olvidamos ser humildes ante Aquél que está más allá de toda nuestra comprensión.
En los Hechos de los Apóstoles podemos leer cómo se transformaron las certezas de Pedro sobre la fe. Pedro estaba seguro de que lo que ahora llamamos cristianismo era algo que formaba parte del judaísmo. Ello significaba observar las prescripciones judaicas sobre alimentos. Significaba que la buena nueva de Jesús era para los judíos.
Pero entonces ocurrieron cosas extraordinarias. Pedro tuvo un sueño (Hechos 10:9-35) en el que era invitado a comer alimentos "impuros", y después la familia de un centurión romano recibió el don del Espíritu Santo. Este momento es decisivo en la historia del cristianismo. Las certidumbres de Pedro sobre la naturaleza de la fe se transformaron, así como la comprensión que la iglesia tenía de su misión.
Es difícil para nosotros, casi dos mil años después, apreciar la magnitud del terremoto que sacudió las certidumbres de Pedro. ¿En qué medida estamos preparados para una transformación de nuestra manera autocomplaciente o limitada de entender a Dios, a la iglesia o al movimiento ecuménico?
La predicación de los primeros cristianos fue tan efectiva que se les acusó de "trastornar el mundo entero" (Hechos 17:6). Reconocemos que el mundo necesita todavía ser trastornado, pero ¿estamos dispuestos a ser nosotros mismos trastornados?
Un dicho nos advierte: "Cuidado con lo que pides, porque podrías obtenerlo". El Consejo Mundial de Iglesias podría pues haber hecho algo muy peligroso al escoger Dios, en tu gracia, transforma el mundo como tema de su Asamblea. Pero en ello radica nuestra esperanza. [771 palabras]
(*) Simon Oxley, pastor de la Unión Bautista de Gran Bretaña, es encargado de educación ecuménica en el Consejo Mundial de Iglesias.
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