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10.01.06

Orando para que Dios transforme África

Por: Mercy Amba Oduyoye


¿Qué es lo que los africanos desearían ver transformado?
© Peter Williams / WCC
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La transformación se ha convertido casi en un cliché. Todo necesita ser transformado: la vida de las personas, las culturas, la economía, las sociedades... todo. Pero no es frecuente que Dios ni la gracia sean mencionados en este contexto. Simplemente afirmamos la necesidad de transformación. Como si esperáramos elevarnos tirando de los cordones de nuestros zapatos -aquellos que tenemos calzado, claro.

Es por lo tanto el ruego por la gracia de Dios lo que llama la atención en el tema de la IX Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias. "Dios, en tu gracia, transforma el mundo." "Dios, en tu gracia…" "Si no fuera por la gracia de Dios…" "Dios, concédenos tu gracia" -estas y otras frases similares son normales en el lenguaje de la espiritualidad cristiana. Oramos por la gracia. Le pedimos a Dios que nos conceda su gracia y opere la transformación del mundo.

¿Qué es lo que los africanos desearían ver transformado?

En un reciente programa de la BBC fue comentado un libro en el cual el autor compara el genocidio a la intimidación y señala que ambos surgen de tratar al prójimo con desprecio, como si no fuera humano.

Escuché el programa cuando leía "Muchacha, ¡levántate!", de la religiosa Thandeki Umlilo. En su libro, Umlilo trata del abuso e incesto que sufrió por parte de los hombres de su familia -a saber, su padre, tío y dos hermanos- y el silencio de su madre durante sus días de tormento. Umlilo considera que su humanidad había sido violada y que su persona había sido tratada con desprecio. [1]

Los lamentos sobre la situación de Africa se han convertido en un algo habitual cuando los africanos nos reunimos.

La impunidad que encubre a aquellos que ejercen el poder en Africa y al modo cómo tratan a los ciudadanos es proverbial. Cuesta creer que gente pagada para atender al público -en fronteras, carreteras, oficinas, incluso en los mercados- actúe con tal impunidad, hasta que se la experimenta de manera directa. Los sobornos de diferentes tipos, la demora en la entrega de servicios no se castigan, y no hay justicia a la que las víctimas puedan recurrir. La TV critica estas prácticas permanentemente, pero nada cambia.

Todo lo que uno puede hacer es clamar: Dios, en tu gracia, transforma esta situación, concédenos respeto por la humanidad del prójimo. Sin embargo, nuestros lamentos son también una protesta que dice que no aceptamos el statu quo y una expresión de nuestra esperanza de un cambio.

Implorar la gracia de Dios

La pregunta que me repito a mí misma es: ¿qué nos hace pensar que Dios se ocupará de la transformación del mundo? Hemos sido creados con libre voluntad y se nos ha enseñado a vivir como seres creados a su imagen. ¿Qué más esperamos de Dios?

Los seres humanos tenemos una forma de poner a Dios a prueba hasta que su "santidad" consume todo lo que es indigno de su presencia. El trigo y la cizaña se dejan crecer juntos hasta el momento de la cosecha. Pero finalmente ésta llega, y trigo y cizaña son separados para destinarlos a usos diferentes. Sabemos todo esto y, sin embargo, clamamos: Dios, en tu gracia, transforma el mundo.

A menudo me pregunto si lo hacemos porque sabemos que nuestra pecaminosidad no puede eclipsar la imagen de Dios en nosotros. Quizás lo hacemos porque afirmamos que nuestro creador y juez es también nuestro redentor. Mi experiencia es que cuando el fuego de la fe arde sin llama en las cenizas del mal, la gracia de Dios aviva las brasas agonizantes convirtiéndolas en llamas.

Con frecuencia nuestra fe está dormida, permitiendo que el descreimiento y el escepticismo dirijan nuestras respuestas hacia los cambios que se producen en nuestro entorno. Si el mal es degradación ambiental, respondemos fingiendo que no puede corregirse. Porque, ¿cómo podemos maximizar nuestros beneficios económicos si seguimos intentando poner freno a nuestras emisiones de gases nocivos?

Si se trata de prácticas comerciales desleales, argumentamos que sólo el libre comercio impulsará la economía, pasando por alto que éste perjudica a aquellos cuyos mercados locales son captados por exportaciones subsidiadas. Alabamos la globalización cuando nos beneficia y pasamos por alto cómo excluye el libre movimiento de personas en el mundo, sobre todo de aquellos considerados un impedimento para obtener ganancias.

Cuando hacemos todo esto, lo único que queda a los que causan daño es implorar la gracia que también protege a los vulnerables y a los desamparados.

    Ciertamente no merecemos ser salvos.
    Cosechamos los frutos de lo que hemos sembrado.
    Pero sabemos que por la gracia de Dios
    habremos de levantarnos y volver a andar.

Cuando nuestras mentes sean transformadas, cambiarán nuestras prioridades y empezaremos a ver el mundo como lo ve Dios. Por su gracia, no seguiremos siendo los mismos. Nos envolverá la compasión, el respeto por el prójimo y la alegría de hacer lo correcto ante Dios.

Dios, en tu gracia, transforma el mundo. Comienza por mí, de modo que pueda convertirme en un instrumento de la transformación por la que oramos.

(*) La Dra. Mercy Amba Oduyoye, directora del Instituto de Mujeres en la Religión y la Cultura del Seminario Teológico de la Trinidad en Legon, Ghana, es fundadora del Círculo de teólogas africanas comprometidas. Ex secretaria general adjunta del CMI, es miembro del la Iglesia Metodista de Ghana.

Nota:
[1] Thandeki Umlilo: Muchacha, ¡levántate! Nueva vida después del incesto y el abuso (Little Girl, Arise! New Life After Incest and Abuse), Editorial Cluster, Pietermaritzburg, Sudáfrica, 2002. 174 págs.