CMI >  Home > Noticias & medios > Crónicas  
Impremir esta página printer friendly
26.01.06

La transformación exige metanoia

Por: Por Bartolomeo I, Patriarca Ecuménico


"Cuando descubras el silencio en tu corazón, discernirás a Dios en el mundo entero!"
© Peter Williams/ WCC
Alta resolução


La transformación del corazón se manifiesta en la sanidad de la comunidad. La transformación es una visión compasiva de las interrelaciones.
© Peter Williams/ WCC
Alta resolução

¿Qué debemos hacer para lograr la transformación? En el presente artículo sobre el tema de la IX Asamblea del CMI "Dios, en tu gracia, transforma el mundo", Su Santidad el Patriarca Ecuménico Bartolomeo I aborda esta pregunta y reflexiona sobre el descubrimiento de sí, la sanidad de la comunidad y de la Tierra.


La transformación como sanidad del corazón


La Philokalia, una antología clásica de los primeros textos cristianos sobre la oración, destaca una asombrosa paradoja: la transformación se efectúa por medio del silencio. "Cuando descubras el silencio en tu corazón, discernirás a Dios en el mundo entero." En otras palabras, la transformación empieza con la conciencia de que Dios está en el centro de toda vida. "¡Ríndanse! ¡Reconozcan que yo soy Dios!" (Salmo 46:10).

Por medio del silencio nos damos cuenta de que la gracia de Dios está mucho más cerca de nosotros, y hace más para definir quiénes somos, que nosotros mismos. La transformación del corazón es la conciencia profunda de que "el reino de Dios está entre ustedes" (Lucas 17:21).

Sin embargo, la transformación interior exige un cambio radical. En la terminología religiosa, exige metanoia: un cambio de actitudes y presupuestos. No podemos ser transformados si primero no somos purificados de todo lo que se opone a la transformación, si no entendemos qué es lo que desfigura el corazón humano.

Un proceso semejante de descubrimiento de sí sólo es producido por la gracia de Dios y conduce finalmente a un respeto genuino de la naturaleza humana, con todos sus defectos y fracasos, tanto en nosotros mismos como en los demás. Prepara el camino para el respeto hacia todos los seres humanos, sin que importen las diferencias, en la sociedad y en la comunidad mundial.

La transformación interior nos permite acoger, honrar y abrazar esas diferencias como piezas únicas de un rompecabezas sagrado, ya que forman parte del misterio más profundo de la maravillosa creación de Dios.


La transformación como sanidad de la comunidad

La transformación del corazón se manifiesta en la sanidad de la comunidad. La transformación es una visión compasiva de las interrelaciones. ¡Qué triste es que nosotros, cristianos, disociemos con frecuencia espiritualidad y comunidad!

Cuando la gracia divina transforma nuestros corazones, vemos el mundo de manera diferente y somos impulsados a actuar con misericordia. Por la gracia transformadora de Dios, somos facultados para buscar soluciones a los conflictos mediante el intercambio franco, sin recurrir a la opresión o a la dominación.

Por la gracia divina, pues, tenemos la posibilidad de aumentar el daño que se inflige en nuestro mundo o contribuir a su sanación. Entonces, ¿cuándo nos daremos cuenta de los efectos perjudiciales de la violencia en nuestro medio espiritual, social, cultural y ecológico? ¿Cuándo reconoceremos la obvia irracionalidad de la agresión militar, el conflicto nacional y la intolerancia racial, todo lo cual denota falta de imaginación y de voluntad?

La transformación implica despertar de la indiferencia y extender la compasión a las víctimas de la pobreza y de todas las formas de injusticia. Como comunidades de fe y dirigentes religiosos, debemos imaginar e iniciar otros caminos, que rechacen la violencia y reconozcan la paz. Nuestra época será recordada por aquellos que se dedican a la sanidad y a la transformación de la comunidad; nuestro mundo será forjado por quienes creen y buscan "lo que contribuye a la paz" (Romanos 14:19).

Este tipo de transformación es nuestra única esperanza de romper el círculo vicioso de violencia e injusticia -vicioso precisamente porque es el fruto del vicio. La guerra y la paz son sistemas; representan maneras contradictorias de resolver conflictos. Sin embargo, en el fondo, son una elección.

Hacer la paz es una cuestión de elección individual e institucional, así como de cambio individual e institucional. También esto exige metanoia, un cambio en las políticas y en las prácticas. Hacer la paz requiere compromiso y valor; exige de nosotros la voluntad de convertirnos en comunidades de transformación y perseguir la justicia como requisito previo para la transformación global.


La transformación como sanidad de la Tierra

Durante los dos últimos decenios, el Patriarcado Ecuménico ha hecho de la preservación del medio ambiente una prioridad de su ministerio espiritual y pastoral. La transformación del corazón y de la comunidad está íntimamente relacionada con la sanidad de la Tierra. La relación entre el alma y su Creador, así como entre los seres humanos, implica inevitablemente una relación equilibrada con la naturaleza.

La manera en que nos tratamos unos a otros se refleja en la manera cómo tratamos a nuestro planeta, así como la manera en que respondemos a otras personas se refleja en la manera cómo respetamos el aire que respiramos, el agua que bebemos y la comida que consumimos. A su vez, nuestra protección del medio ambiente revela el grado de autenticidad que existe en nuestra oración y en nuestro culto.

Pues cuando restringimos la vida religiosa a nuestros propios asuntos, desoímos la vocación profética de la iglesia de implorar a Dios e invocar al Espíritu divino para la renovación de todo el cosmos contaminado. En efecto, el cosmos entero es el espacio dentro del cual se efectúa la transformación.

Cuando la gracia divina nos transforma, podemos distinguir bien la injusticia en la que somos participantes activos y no simplemente observadores pasivos. Cuando la gracia de Dios nos toca, lloramos por la desgracia que hemos causado por no compartir los recursos de nuestro planeta.

Por lo tanto, como la transformación del corazón y de la comunidad, la conciencia ecológica también proviene de la gracia de Dios y requiere la metanoia correspondiente: un cambio de hábitos y de estilo de vida.

Paradójicamente, nos hacemos más conscientes de los efectos de nuestros actos en las otras personas y en la creación cuando estamos dispuestos a renunciar a algo. Pues vaciando nuestro corazón de nuestros deseos egoístas, dejamos espacio para la gracia de Dios. La teología ortodoxa habla de una kenosis del Espíritu.

Es por esto por lo que el ethos ascético es un aspecto decisivo de la espiritualidad cristiana ortodoxa: aprendiendo a renunciar vamos aprendiendo a dar; aprendiendo a sacrificar, aprendemos esencialmente a compartir.

Con demasiada frecuencia nuestros esfuerzos en pro de la reconciliación y de la transformación son obstaculizados por una escasa disposición a renunciar, como individuos y como instituciones, a modos de proceder establecidos; por nuestra negativa a abandonar ya sea el consumismo derrochador o el nacionalismo arrogante.

Una visión transformada del mundo nos permite percibir los efectos duraderos de nuestros modos de proceder en otras personas, especialmente en los pobres, como imagen sagrada de Cristo, así como en el medio ambiente, como huella silenciosa de Dios.


(*) Su Santidad Bartolomeo I, arzobispo de Constantinopla, Nueva Roma, y patriarca ecuménico, es el "primero entre iguales" entre los jefes de las iglesias ortodoxas (calcedonias), que suman unos 250 millones de fieles en todo el mundo. Sus esfuerzos por relacionar la ecología y la espiritualidad le han valido el título de "Patriarca Verde", y es conocido por su vigorosa promoción del diálogo y la reconciliación entre los mundos cristiano, islámico y judío.