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31.01.06

Transformar el mundo juntos

Por: Samuel Kobia


Los inmensos desafíos que enfrenta la humanidad en este momento exigen considerar el movimiento ecuménico con una visión esperanzada y valiente.
© Peter Williams/ WCC
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La primera Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) del siglo XXI "marcará el comienzo de una nueva etapa en la búsqueda de la unidad de los cristianos", sostiene el secretario general del CMI, Rev. Dr. Samuel Kobia, en el siguiente artículo, donde reflexiona sobre sus expectativas en relación con la IX Asamblea del Consejo, que tendrá lugar en Porto Alegre del 14 al 23 de febrero.

 

Las asambleas del CMI han marcado hitos en la vida del movimiento ecuménico durante casi 60 años, congregando a un singular y amplio espectro de cristianos e iglesias. Espero que esta Asamblea, que es la primera del siglo XXI, marque el comienzo de una nueva etapa en la búsqueda de la unidad de los cristianos, y se caracterice por su visión de una nueva cultura y nuevas formas para el movimiento ecuménico moderno.

 

 

Un contexto global cambiante

 

La IX Asamblea se celebra en un contexto de injusticia, pobreza y desesperación generalizadas. Los inmensos desafíos que enfrenta la humanidad en este momento exigen discernir cuidadosamente los "signos de los tiempos", y considerar el movimiento ecuménico con una visión esperanzada y valiente. Nuestro mundo necesita una transformación profunda.

 

Vivimos en una era marcada por el poder de la destrucción y el descrédito de la dignidad humana. La globalización económica y cultural, las nuevas formas de militarismo y dominación, y la destrucción ecológica rara vez han sido tan evidentes. Los modelos político-económicos internacionales dominantes no han logrado frenar la oleada de injusticia y desigualdad.

 

El contexto religioso también está evolucionando, y la identidad religiosa ha retornado a la esfera pública de diversas maneras. En el siglo XX dominaban las confrontaciones entre ideologías, mientras que en el siglo XXI la "identidad" surge como uno de sus rasgos divisivos característicos. Los cristianos están enfrentando el desafío de analizar su identidad en el contexto de una nueva pluralidad religiosa.

 

 

Una agenda ecuménica renovada

 

"Dios, en tu gracia, transforma el mundo", el tema de la Asamblea, nos recuerda que Dios, en Cristo, ha ofrecido reconciliación y nueva vida a la humanidad y a la creación toda. Esto me inspira a creer que la Asamblea puede impulsar una agenda ecuménica renovada para el siglo XXI.

 

Con el trasfondo del conflicto permanente en Irak y una guerra contra el terror, la Asamblea marcará la culminación de los primeros cinco años del Decenio para Superar la Violencia. El Decenio fue lanzado por el CMI en el año 2001 como una forma de movilizar los esfuerzos y recursos de las iglesias en pos de la paz. La pregunta para las iglesias queda en pie: ¿Cómo podemos fomentar juntos una cultura de la paz, buscando restaurar la auténtica naturaleza de nuestra humanidad, en un contexto donde la violencia se ha convertido en un factor predominante?

 

En la VIII Asamblea celebrada en Harare, Zimbabwe en 1998, el CMI y el movimiento ecuménico hicieron un compromiso de solidaridad con África. No obstante, mientras nos reunimos, una vez más el hambre asola a regiones enteras del continente. La situación de África nos desafía a repensar qué se requiere para sacar al continente de la pobreza. Es evidente que la ayuda por sí sola, no importa cuán masiva sea, no es la respuesta, y que la fortaleza moral de los africanos debe ser el foco de una solución permanente.

 

Por supuesto, hay otros temas críticos que las iglesias no pueden evitar abordar en la Asamblea, incluso algunos de índole social y ética. Desde la Asamblea de Harare, el CMI ha ofrecido una plataforma para que las iglesias debatan algunas importantes diferencias de manera responsable, con resultados satisfactorios. El Consejo debe continuar haciendo posible que las iglesias confronten sus diferencias en un marco de diálogo, y redescubran una voz en común cada vez que sea posible.

 

Me gustaría poner mayor atención en dos aspectos específicos en el futuro. Espero que la presencia y la participación de la juventud sean visibles y sustanciales en el transcurso de la Asamblea. Es necesario que sus aspiraciones e intereses sean escuchados y que su compromiso continúe mucho más allá del evento. En segundo lugar, estoy convencido de que el movimiento ecuménico tendrá que tomar la espiritualidad mucho más seriamente a fin de sustentar y robustecer más intensamente nuestra experiencia ecuménica conjunta.

 

 

Una nueva cultura y nuevas formas

 

El CMI es, antes que nada, una comunidad fraternal de iglesias. En los últimos años, hemos manifestado insistentemente nuestro deseo de profundizar y extender esta comunidad. La Asamblea es una oportunidad sin igual para que las iglesias se escuchen unas a otras. Al hacerlo, espero que encontremos formas de trabajar en conjunto que fortalezcan nuestro sentido de pertenencia y de participación.

 

La Comisión Especial sobre Participación Ortodoxa en el CMI, que fue creada por la última Asamblea, ha abierto el camino a importantes cambios tanto en el ethos como en la cultura del Consejo, los cuales beneficiarán nuestro trabajo y en nuestra vida en común. Estoy convencido de que la adopción de un modelo de consenso para la toma de decisiones nos ayudará enormemente a profundizar el sentido de comunidad y a tratar cuestiones difíciles con discernimiento.

 

Dado que el movimiento ecuménico ha visto proliferar sus estructuras en todos los niveles, ha quedado claro que dicha multiplicación de organismos no es sostenible. Esto puede distraer recursos humanos y financieros de las actividades ecuménicas llevadas a cabo en las iglesias y en la sociedad, conduciéndolos al mantenimiento de estructuras que a veces se duplican. Veo con entusiasmo que desarrollemos un nuevo enfoque del ecumenismo en el siglo XXI, y que consideremos seriamente nuevas formas y configuraciones.

 

 

Reorientación de prioridades en el CMI

 

Promover la unidad visible de los cristianos continúa siendo la misión central del Consejo. La Asamblea puede también dar ímpetu a nuevas formas de trabajo. Sin embargo, cuando evaluamos nuestro programa de trabajo durante el último período, quedó claro que el CMI debería hacer menos y hacerlo bien.

 

El movimiento ecuménico moderno emergió de una serie de corrientes históricas - Fe y Constitución, Vida y Trabajo, el movimiento misionero - así como también de los esfuerzos dinámicos de los movimientos de jóvenes. Ellos han servido de marco de referencia para las actividades del CMI. A comienzos del siglo XXI, es cada vez más evidente que el movimiento ecuménico ha alcanzado un importante punto de transición, y que pueden necesitarse nuevas categorías de actividad.

 

Por consiguiente, espero que el Consejo se aboque menos a las actividades programáticas, para dedicarse profundamente a áreas estratégicas. Tenemos que encontrar nuevas formas de relación y comunicación con nuestras iglesias miembros y socios ecuménicos y avanzar hacia una manera más integrada, interactiva y dinámica de trabajar con ellos.

 

Áreas tales como el servicio y la defensa de derechos son vitales para la misión y la existencia de las iglesias. En ellas será necesario reorganizar nuestro trabajo para adaptarlo a nuevas oportunidades, de modo que podamos integrar nuestra reflexión y acción más estrechamente sobre temas tales como economía, ecología y desarrollo sustentable apropiados.

 

Las iglesias que sustentan una cultura de paz, que se equipan para convertirse en comunidades morales y que rechazan lo intolerable seguirán siendo el objetivo central del trabajo del CMI. La tensión permanente entre diferentes tradiciones religiosas apunta a la necesidad de ahondar en las relaciones con aquellos que profesan otra fe, pasando del diálogo a la colaboración activa en áreas donde se comparten las mismas inquietudes.

 

En todas las áreas, necesitamos encontrar nuevas formas de facilitar la participación de la juventud, y enfoques para la formación ecuménica y la capacitación en liderazgo, de modo que los jóvenes se conviertan en los actores centrales del CMI, ahora y en el futuro.

 

 

Signos de esperanza

 

Nos reunimos en Latinoamérica, donde muchas de las preocupaciones y desafíos que he mencionado son asuntos de la vida y supervivencia cotidianas. El testimonio de las iglesias latinoamericanas en medio de una extrema injusticia y el impacto de la globalización ofrecen un modelo de resistencia y esperanza proféticas, que nos inspira a todos.

 

No deberíamos subestimar el potencial real de las iglesias en conjunto para contribuir a la transformación del mundo, a pesar de las dificultades que enfrentamos. Con fe común y esperanza renovada, todo es posible. Que esta Asamblea pueda una vez más "establecer signos" de un testimonio cristiano común y visible, para un mundo transformado.

 

 

 

(*) El pastor Dr. Samuel Kobia es ministro ordenado en la Iglesia Metodista de Kenia. Asumió el cargo de secretario general del CMI en enero de 2004, habiendo previamente ocupado diversos puestos en el CMI desde 1978, más recientemente como representante especial para África, y como director de la unidad "Asuntos y temas". En 1984 regresó a Kenia, prestando servicios como secretario general del Consejo Nacional de Iglesias de Kenia desde 1987 hasta 1993.